jueves, 29 de enero de 2009

2 DE FEBRERO "LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR"

"El primogénito varón de cada hogar pertenece al Señor y para liberarlo se debe pagar una limosna en el templo. Según la misma ley cumplidos los 40 días del nacimiento, el niño debe ser presentado en el Templo".

La Presentación del Señor es la fiesta de Cristo, luz de los pueblos y del encuentro del Mesías con su pueblo en el Templo de Jerusalén.

El gesto de obediencia a la ley de ofrenda, realizado por María y José que llevan al niño Jesús para presentarlo en el Templo debe inspirarnos a vivir plenamente la unión con Dios bajo el ejemplo de la Sagrada Familia comprometida y consagrada a vivir la misión específica dentro de los designios que Dios les propone.

En este día al igual que el viejo Simeón y la profetiza Ana, contemplamos al Niño Divino, el Verbo Encarnado que es presentado en el templo de Jerusalén que representa el templo de nuestro corazón.

"Corramos todos al encuentro del Señor los que con fe celebramos y veneramos su misterio. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz. Del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por Él apresurémonos a salir al encuentro de Aquel que es la luz verdadera.
Ha llegado ya aquella luz que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre. Dejemos que esta luz nos penetre y nos transforme, ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor, todos juntos iluminados salgamos a su encuentro y cantemos un himno de acción de gracias al engendrador y Padre de la luz que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho participes de la luz verdadera."

(San Sofronio, Obispo)

Aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.

Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad.

Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él 1.

Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.

La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".
EVANGELIO

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones")

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.

Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo.

Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.

José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: Mira: Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

HOMILÍA

Cuando nacía un niño en una familia india, recibía un regalo muy especial. Su padre hacía una bolsa de cuero, era la bolsa de las medicinas del hijo.

La madre ponía en la bolsa dos cosas y el padre otras dos.

Se la entregaban al hijo que la guardaría en un lugar muy especial.
Cuando moría la bolsa de las medicinas era también enterrada con él.

Cuando el hijo era capaz de comprender los padres le decían lo que había en la bolsa.

La madre siempre ponía un poco de tierra y un trozo de cordón umbilical para recordar a su hijo que venía de la tierra y de una familia y que nadie se hacía a sí mismo.

El padre ponía una pluma de ave que había quemado un poco y la mezclaba con las cosas de la madre. La pluma del pájaro simboliza el vuelo y cada uno tiene que encontrar su lugar en el mundo.

Nadie sabía nunca cuál era la segunda cosa que el padre había puesto. Los hijos intentaban adivinarlo pero nunca se lo decían.

Esta cosa secreta representaba el misterio de la vida. Y en el centro de todos los misterios está Dios.

Hermoso regalo. Símbolo que da que pensar. Nos vincula a todos a la tierra, a una familia y a Dios.

¿Qué es un pueblo sin tradiciones, sin ritos, sin historias que contar?

¿Qué sería un dominicano sin una tambora, un mejicano sin los mariachis, un ecuatoriano sin chumir… un hombre sin religión y sin un misterio que celebrar?

Lucas en el evangelio de hoy nos cuenta una hermosa tradición judía.

Según la tradición, María tenía que purificarse después de su alumbramiento y tenía que ofrecer a Dios a su hijo primogénito, a Jesús, y volverlo a recuperar ofreciendo un sacrificio.

Con esta tradición se recordaba que Dios es el Señor de la vida, que los hijos son de Dios y nosotros los recibimos como una gran bendición.

María y José, según la tradición, cargaron con su hijo y se fueron a Jerusalén, al Templo, para cumplir con la ley.

Camino largo, ansiedad por llegar, alegría al divisar, en la distancia, la torre del templo.

Y allá en el templo encuentro con muchos otros padres viviendo la misma tradición.

María y José conocían su religión y la vivían. Eran obedientes a su Dios y encontraban en él la fuerza para vivir felices y en paz con todos.

Aquel día pasó algo que no estaba escrito y no formaba parte de la tradición.

El Espíritu Santo habló.

¿Y qué pasa cuando el Espíritu habla?

Se siente la presencia de Dios.

El corazón se regocija.

Se experimenta la presencia de la salvación.

Los ojos ven, los oídos se abren y la boca canta las alabanzas de Dios.

La paz del perdón invade todo el ser.

El Espíritu habló a través del viejo Simeón. Simeón, ese día, dejó de ser el eterno centinela y tomando al niño en sus brazos y poseído por el Espíritu dio su testimonio.

Mis ojos cansados ven al que es la luz de las naciones, la gloria de Israel y la salvación de todos.

María y José como tantos padres cumplían con su tradición y su ley. Y no saldrían del asombro porque no esperaban esa escena de novela. Y para colmo escuchan "una espada atravesará tu corazón".

Cuando regresaron a casa, cuántas cosas que contar y que callar.

Esta historia se cumple también entre nosotros cada domingo.

Nosotros tenemos también una tradición muy hermosa. Las madres traen a sus hijos para presentarlos al Señor y a la comunidad.

Los niños que bautizamos también los signamos con la señal de Cristo y les damos la bienvenida a la comunidad.

Ustedes quieren que sus hijos sean bendecidos y adoptados por Dios.

Ustedes quieren que sus hijos sean miembros de una familia más grande, de la iglesia.

Ustedes quieren que sus hijos reciban una herencia más rica que unas tierras o un puñado de euros, la herencia de la fe.

Ustedes quieren que sus hijos tengan muchos héroes que admirar, pero quieren que Jesús sea más que un héroe, un modelo de vida.

Pero déjenme que les diga una cosa, ustedes quieren poco a sus hijos.

En nuestras familias hay muchas Marías y pocos Josés. Los hombres tienen cosas más importantes que hacer: cazar, jugar al golf, sembrar…

Padres, quieran más a sus hijos. Quiéranse más a ustedes mismos. En la bolsa de las medicinas de sus hijos para el camino de la vida pongan también el misterio, la fe, la tradición y la necesidad de celebrar a Jesucristo todos los domingos.

Esta sociedad devora nuestras costumbres y nos reduce a autómatas, robots que trabajan y consumen.

Venir al templo, padres e hijos, es respirar otro aire, dar sentido a las aventuras de cada día, celebrar que somos más que hombres y mujeres, somos de Dios y vamos a Dios.

Y ojalá que hoy, aquí y ahora, hable también el Espíritu a través de cada uno de nosotros.

Que sus ojos vean la luz de Cristo.

Que sus oídos escuchen su voz.

Que sus labios se abran y alaben a Dios.

Que sus corazones experimenten la paz del perdón.

Y no olviden la espada del dolor, tan presente en la vida de cada día, y la espada de la soledad y la espada de la tentación de la carne y la espada de las mil preguntas sin respuesta y la espada de la muerte.

Cuanto más queridos, más probados.

Cuanto más queridos, más llamados a vivir la profundidad, la espada de la fe.


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